Luz de los otros (fragmentos)




Si al menos el amor tuviera
nuestros cuerpos
serían excavaciones en el agua
y este instante un respiro (acompasado)
por donde alguna vez, hace ya tiempo ¾dos millones de gotas¾
viajamos como sangre
descendida.

Si al menos no fuésemos ahora el leve rastro, la incógnita
fractal de una mirada
que en gotas se dispersa…
si el hálito nos despojara un poco de la carne
para sentirnos uno, desnudo amor y tiempo
subterráneos.

En lugar de dos cuerpos somos semen, el agua incandescente
que penetra los poros de la tierra y la hace virgen:
fértil y liminar, agua y herencia.

Y si este amor tuviera nuestras almas cosidas a su puño
al momento del golpe… y si este golpe fuera tan nuestro
tan de todos y todos
somos barro, hijos del limo
algunas hojas secas… qué queda del amor

¾saliva de tu axila

sudor de mis molares¾

que no recoja el agua.

¿Qué verdad vive el cuerpo
si la noche dilata nuestros ojos
y hay un espacio en blanco que solo hacemos sangre
y la sangre se vuelca y desmesura?

Completo tu escritura desde una sed que ciega:
mis manos palpan, hienden, salpican de tus huesos
las estrellas y lunas del insomnio.
Invado catedrales con tu risa; apago los temores de un transeúnte
que viene de sí mismo y no se para: el pasado
es un cuerpo siempre inerme.

Te llamas como yo
y como entonces
nació la cicatriz para ser árbol.
Tu rostro te ha marcado la enorme convicción de lo vivido.
Revés de tanta noche, el lívido escalón
de tu deseo
avanza por el humo y la neblina, por la viña y el mosto:
la madera.

Tuvimos unos instantes de éxtasis antes que el viejo mundo
se incendiara de nuevo.
Quién lo incendio, no importa: somos de piedra
y fósforo.

Es sólo el agua, el agua (incandescente)
la que nos contradice.
El agua es el amor: se me atora en las manos
por tu cuerpo; se queda entre tus fuentes y tejados
para luego seguirme por las alcantarillas.
Pero el agua no es sucia
(aun purificada).

El agua va contigo desde el iceberg del tiempo.
Te nombro glaciación si así me llamo: si nos decimos
humo, alguien nos llama (fuego).
Te dejo de mirar con la mirada
y callo de morir con todo el cuerpo, ya que sólo mi nombre comparece
ante la tierra.

De la ansiosa vejez de ser humanos
hay hojas nunca escritas.
Lo que debo con sangre, lo pagaré con sangre.

Renazco de tu vientre
junto al mío, de mi vientre
en tu espalda.
Yo soy el que no parte hacia sí mismo
por cabalgarte entero.
Yo soy el que se toma tres gotas de luz fría
antes de que anochezca, para no interrumpirnos con una sed
que no venga de ti (que tú no representes).
Yo soy el que se viene con los ojos en blanco
adentro de tu cuerpo: son mis estrellas
míralas (apagadas).

Más sinceras que yo
son las dos manos
que descienden tu sangre hacia su nido.

Del amor nada queda por encima del agua.
El que se va no vuelve
no el mismo, ni su imagen.

Regresan los espejos a mostrarnos la historia
¾la nostalgia del arte [Derek Walcott]¾
que se ha escrito en la nieve.

Nuestra historia es pequeña y la hemos derretido
de mirarnos.
 


*****



El que inventó el silencio llegó hasta la montaña
igual que llega el aire.
Ninguno vio sus huellas o escuchó su cansancio.
Nadie encontró cenizas (si hubo hoguera)
ni restos de la fauna doméstica o silvestre.
Acaso algunas plumas
¾¿de paloma, de cuervo?¾
las ligeras palabras que anunciaban al hombre.

El que lo vio venir, envuelto en su neblina
supuso que las nubes habían tocado tierra para abrevar un poco.
Esa noche los árboles soltaron sus aullidos más verdes
y jugosa, la luna compartió su fragancia.

El que inventó el silencio traía el amor encima:
con su hojarasca y polen cobijaba sus labios.
Descendió de una nube de plumaje metálico, negro y recién pulido
cuyos largos vagones eran interminables.

El que lo vio bajar a la montaña, desnudo y pensativo
dijo ver en su cara las grietas de un primero de julio anterior al eclipse:
esto es, dos ojos

¾como brasas¾

alimentando el aire de sus pasos.

En unas pocas horas (con el frío) dejaron de procrear los dinosaurios.

El que inventó el silencio era un hombre robusto
con ojos amielados. Hizo su vestidura de un aletear de abejas
y un panal fue su casa. Los osos de la noche persiguieron su sueño
en la época del frío. Pero al llegar la aurora
del fuego de sus ojos hizo una gran antorcha que colgó
entre las nubes.

Entonces quedó ciego.

Los que vieron el sol (que nunca imaginaron)
callaron para siempre. 


  (Luz de los otros).

  LUIS ARMENTA MALPICA


 


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