Con la flor del domingo...
Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean en
la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente, peinadas y
planchadas, caminan, por entre los niños y los globos, y charlan
y hacen amistades, y hasta escuchan la música que en el quiosco
de la Alameda de Santa María reúne a los sobrevivientes de
la semana.
Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre
contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución,
o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del
domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño.
Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas,
y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios,
de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban.
Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria,
y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ellas disfrutan
su libertad provisional y poseen el mundo, orgullosas de sus zapatos, de
su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces.
(¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza
en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar
con alegría los días que vienen!) |