EL FRUTO QUE DEL TIEMPO ES DUEÑO
Jorge Cuesta: Canto a un dios mineral
 
Rodolfo Mata
         Centro de Estudios Literarios
 
El literato es un ingeniero. 
Con relación a él 
yo quisiera ser un físico
Paul Valéry, Cahiers
 
El suicidio 

El temor a la muerte siempre hace del suicidio un acto de un oscuro heroísmo. Alrededor de los suicidas siempre se tejen todo tipo de especulaciones. Si no se sabe la causa exacta, ¿por qué lo hizo?; si se conoce, ¿cómo se atrevió? ¿cómo llegó a ese extremo? Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942 en el sanatorio del doctor Lavista, en Tlalpan. Tenía 38 años cuando, aprovechando un descuido de los enfermeros, se colgó con sus propias sábanas de los barrotes de la cama. Había sido internado por un segundo acceso de locura que lo había llevado a acuchillarse los genitales. Recaía de una crisis de paranoia que había superado en el Hospital Mixcoac, dos años antes.   

Repetir las circunstancias de la muerte de Jorge Cuesta no es acto gratuito ni tributo a una morbosa avidez. Es una explicación de su vida y de su escritura pues, a reserva de las razones fisiológicas (en que Cuesta tanto insistió) y/o psicológicas, encarna el "desenlace ineluctable y lógico de una existencia consagrada a la pasión del espíritu".1  El suicidio de Jorge Cuesta se abre como un ventanal que, si hacia un lado nos muestra todo su vacío, hacia el otro, en retrospectiva, promete la luz de una explicación. El contraste rige el panorama y repite un rasgo íntimo de la personalidad de Cuesta: su compleja y ambivalente relación con la oscuridad. Pues, como crítico, su afilada lucidez parecía detestarla; pero como poeta, sus parcos despliegues --mezcla de Góngora y Valéry-- parecían alimentarse de ella. Espigado junto a esta imaginaria ventana, Cuesta aparece en claroscuro como un "sueño de la razón". Y si como escritor la oscuridad le era reprochada reiteradamente, cuenta Xavier Villaurrutia en su "In memoriam: Jorge Cuesta", esto le divertía al grado de hacerlo sonreír y hasta reír. Después de todo, la muerte de "el más triste de los alquimistas" dejó el rastro de una oscuridad multiforme, proteica --y por eso semi-demoníaca--, que se repite y reescenifica en Canto a un dios mineral.   

René Tirado recuerda que una noche, en un café, Cuesta dejó escrita la siguiente frase en un papel: "Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente".2  Con el tiempo estas palabras se han convertido en profecía cumplida pues, efectivamente, el suicidio de Cuesta tiene que ser revivido por cada lector que se interna en su Canto a un dios mineral con el ánimo de entender este poema que ha sido calificado de "hermético". Porque, en realidad, como dijo Rubén Salazar Mallén, su poesía es oscura sólo para quienes no conocen su vida3  o, en palabras de Alí Chumacero, su poesía es poco diferente de lo que vivió.4 

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