LA POESÍA QUE NO CONTIENE EMOCIÓN
ESTÁ DESTINADA AL OLVIDO
JUAN DOMINGO ARGÜELLES
 


¿Qué significa para Juan Domingo Argüelles el haber ganado el Premio Aguascalientes? 

Una de las cosas que digo, y dije en su momento cuando recibí el Premio, es que mi generación, la del 50, e incluso generaciones anteriores, crecimos leyendo a los autores que habían ganado el Aguascalientes y cuyas obras habían aparecido además en Joaquín Mortiz. Estoy pensando en Alejandro Aura, Eduardo Lizalde, Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco... todos esos autores que significaron para nosotros orientaciones y que también significaban, de alguna forma, modelos. Hoy podemos ver que varios de esos autores, que en ese entonces publicaron sus libros iniciales, son importantes y tienen obra significativa. También abrevamos en esta idea de alguna vez participar en un premio así. El Premio de Poesía Aguascalientes, que es por otro lado el concurso más antiguo en México, significa en gran medida un reconocimiento a una obra que puedes decir que está alcanzando cierta madurez, es como un termómetro, y con esos casi treinta años que tiene de concederse, lo ha obtenido gente que marcó una determinada tendencia en la poesía, estoy pensando en Pacheco, en Bañuelos y, concretamente, en Lizalde, que significó también una nueva forma de escribir poesía amorosa: con mucho rencor, con mucho veneno, que era una forma de la sinceridad y de la emoción que después se fue diluyendo hasta llegar, ahora, a una poesía intelectual que ha cambiado los destinos de la poesía... 

¿De la mexicana? 

De la poesía mexicana y de la poesía en general. Actualmente en la poesía mexicana, y no sé en qué nivel en la de otros países, existe esta disyuntiva entre escribir con emoción y dar más importancia al sentimiento, o privilegiar la idea, el pensamiento. A últimas fechas la inspiración, o eso que llamamos inspiración, ha caído en un desprestigio absoluto; la gente piensa que la poesía emocionada es hasta cierto punto una afectación, y se hace una poesía intelectual que se queda en la superficie de la palabra, que no va más allá. No es esa la poesía que me interesa, definitivamente. En ese sentido, la poesía hecha con puras imágenes, con puras ideas y con puros sonidos, forma parte de una tendencia que no pienso que llegue al lector como la poesía de las emociones, y para mí una poesía que no contenga emoción es una poesía destinada al olvido. 

Algunos de sus poemas están dedicados a Efraín Bartolomé... 

Creo que Efraín Bartolomé es uno de los poetas que posee una obra sólida en México y ya no tiene que probarle a nadie que es poeta. Ahí está su obra que habla por sí misma, y entre los poetas no podríamos considerarlo dentro de estos términos vagos de "poeta joven" o "poeta nuevo". Efraín Bartolomé es un poeta hecho y derecho que ha venido también a sentar una manera intensa de asumir la literatura; dudo mucho de su influencia en términos de imitación, porque todo aquel que intente imitarlo está condenado a fracasar. Yo valoro grandemente la poesía de Efraín Bartolomé, es una enseñanza permanente, pero sobre todo una especie de lección asumida en función del rigor que él pone. No quiero decir con esto que haya conseguido aprender del todo esa lección: sencillamente a eso aspiro cuando leo a poetas como Efraín Bartolomé. 

¿Cuándo considera un poeta que ya tiene una voz propia? 

Lo que voy a decir es un lugar común, pero uno no sabe hasta qué punto ha adquirido una voz propia sino hasta que se da cuenta, después de publicar, qué es lo que quitaría de un libro. Ahorita estoy tan cercano a éste que no estoy arrepentido de él. Sin embargo, de libros anteriores yo ya puedo ver qué es lo que ya no publicaría, qué es lo que se salvó del tiempo, que es el crítico más implacable. En este país lo que abundan son los prestigios, y muchas veces suele uno encontrarse a un poeta con mucho prestigio que, cuando uno lo lee, resulta que su prestigio está construido por muchas cosas que no son necesariamente literarias. Como que de pronto esos grandes prestigios, o esos prestigios medianos, se desmoronan ante una lectura atenta. Cuando uno piensa que ya consiguió voz propia, comienza a fundarse esto de los prestigios y suele la gente considerar que si ya adquirió cierta madurez no puede regresar a hacer obras mediocres; esto es falso porque uno ve, en el ejercicio diario de la lectura y de la crítica, que autores importantes escriben libros muy flojos, y autores que no tienen un gran nombre, de pronto dan un libro sorprendente al que, además, nadie le hace caso. Falta en México esa lectura atenta de las cosas. Uno puede presentir que ha alcanzado cierto nivel de seguridad cuando lo que hace le da gusto a uno mismo, pero con toda honradez. Yo no escribo pensando en que mi libro debe gustarle a muchos lectores, sino que me guste primero a mí y que hubiera posibilidad de compartirlo con otras personas. Pero veo también que el caso concreto de la poesía, siendo un género tan poco leído, ya de antemano viviría frustrado si escribiera para que me leyera todo el mundo. Para sintetizar: cuando uno ya piensa que adquirió una voz propia, la experiencia futura te va a demostrar que no es así, que siempre hay cosas que se pueden mejorar, que pudieron resolverse de una mejor manera. Creo hoy, después de escribir este libro, que sin mis notas en prosa de El Financiero, yo no hubiera podido llegar a él. Eso lo vi después. Es como las dos caras de la moneda: un poco o un mucho la ironía que manejo aquí está reflejada en este libro. 

Esto quiere decir que su actividad como crítico y como prosista alimenta su poesía... 

Te confieso que lo descubrí hasta después, y fue para mí un poco sorprendente el hecho de que esa parte que había creído exclusiva de la prosa, de pronto fuera saliendo hacia el verso. Este libro no lo consideré como tal en un principio, se dio a partir de un proyecto de epigramas malignos. con mayor sarcasmo, con mayor grado de ironía y de crítica y autocrítica del género humano; creí que por ahí iba el libro, lo comencé, adquirió su ritmo y pensé que lo terminaría. Pero de pronto, cuando llevaba quizá la mitad del libro, ciertos poemas comenzaron a irse por otro camino, tenían una ironía más atenuada, una mordacidad menos ruda y también no sólo la crítica, sino la autocrítica, el ver que todos aquellos defectos del género humano que podrían reflejarse en una sátira, los tenía uno mismo. Como decía Monterroso de aquel que quería ser escritor satírico y prefirió no serlo porque descubrió que todo aquello que él criticaba era parte de su vida. Entonces esa ironía, junto con una ambivalencia de goce y frustración amorosos, generaron un libro diferente, que conservó algunos elementos del original, como un diálogo con los lectores; otros poemas no entraron porque sencillamente escapaban al tono que manejé. 

¿Cómo está dividido A la salud de los enfermos? 

Cuando terminé el libro quise que tuviera esa unidad que quizá no había dispuesto en otros de mis libros; esta obra se dio a partir de una experiencia intensa de escritura que surgió con continuidad. No hubo poemas de años diferentes, digamos que son poemas que abarcan nada más tres años de escritura. En "Himnos del rencoroso" lo que propongo al lector es partir de esta idea de mirarme a mí mismo y a los demás en el sentido de la situación nada feliz del género humano, es decir, mostrar esa parte rencorosa, oscura. "A la salud de los enfermos" es la continuación, pero ya con un tono más irónico, más mordaz; tiene un alto grado de ironía epigramática. Luego, "Gracias por el dolor" es el reconocimiento de que puede llegar uno a cierto grado de conciencia si reconoce esos dolores, porque no hay otro modo, inclusive ni siquiera de visualizar la posible felicidad, si no tiene uno ese reconocimiento de lo dolorosas que pueden ser ciertas cosas. En “Los viejos bardos” hay poemas mordaces y poemas de homenaje; hay textos que se burlan un tanto de las pretensiones literarias y otros donde homenajeo lo que para mí es una línea que me gusta de la poesía, de ahí el nombre, “Los viejos bardos”, que puede resultar inclusive una redundancia o un pleonasmo, porque los bardos siempre serán los viejos, pero en estos tiempos los bardos no significan nada, es una palabra afectada; yo sí quise remarcar que la poesía de los viejos me interesa no tanto por el prestigio, sino por todo lo que significa de lección moral y literaria. “Las aguas del relámpago” vendría a ser un intermedio entre esa mordacidad y esa ironía, duras a veces, y las cuestiones del amor. Esta sección recrea una parte de mi infancia tropical que recupero antes de pasar a lo que para mí podría ser estar cercano a la felicidad, “Carmina Canere”, para desembocar después en “Oración a la luz”, que ya no encierra ninguna ironía. El libro quedó redondo en función de lo que buscaba al tener el material. No lo plantee por etapas, en un principio no sabía hacia donde iba a ir ese libro. El libro se dio, pero cuando tenía el material lo fui ordenando. Curiosamente, después no cesó el impulso de este libro, que todavía dio para más en términos de poemas sueltos que tampoco recayeron en el proyecto original de epigramas malignos, que era un libro con la mordacidad desatada sobre cosas que podían ridiculizase. Cuando terminé A la salud de los enfermos, yo estaba seguro que se tenía que llamar así porque encierra la síntesis irónica de lo que quiero reflejar: uno dice salud por los sanos, y en este caso se brinda por los enfermos, que en gran medida también al leerlo el lector se da cuenta de que algo de esa enfermedad le toca. 

La ironía y la mordacidad necesitan cultivarse mucho... 

En México creo que la poesía tiene distintos elementos para poder desarrollar esto. Resulta hasta cierto punto paradójico que, siendo México un país de muchos poetas, esa especie de ámbito propicio para mirarse a sí mismo y a los demás, que es la ironía y el epigrama, no se haya explotado tanto sino en casos muy extremos, como Salvador Novo. También veo que la prosa huye de esto, como que los prosistas se cuidan demasiado, a diferencia de un Ibargüengoitia. Mi aspiración es decir y significar en poesía lo que Ibargüengoitia hace en prosa, sería algo que para mí valdría la pena, escribir algo que siguiera siendo poesía pero que tuviera la suficiente capacidad para violentar o conmover al lector. Para mí la literatura tendría que ser eso: la conmoción de la palabra para que el lector responda con agrado o con desagrado pero que no quede indiferente a lo que le están diciendo.  
 

  Entrevista de Guadalupe Rivera Loy, El Financiero, 18 de octubre de 1995. 


 
 
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