OCTAVIO PAZ POR ÉL MISMO
1954-1964
 

I. MÉXICO: 1954-1959
 

Encuentros y reencuentros

En el México de 1955 la satisfacción era generalizada entre políticos, banqueros, líderes de obreros y de campesinos. Incluso muchos intelectuales se habían contagiado de ese optimismo. Por fortuna, la nueva generación tenía una actitud resueltamente crítica, pero su crítica no era ideológica sino artística, literaria, poética. Era la visión de poetas, escritores y artistas. En cierto modo, su actividad continuaba la de los Contemporáneos y la que habíamos adoptado algunos artistas y poetas de mi generación. También ellos tuvieron que enfrentarse al nacionalismo y al arte con mensaje ideológico. Al mismo tiempo, en su visión más bien crítica y pesimista de la sociedad y las realidades de México, disolvieron muchas de las falsas oposiciones que nos habían desgarrado y paralizado a nosotros.

Por esos días, justamente cuando mis amigos preparaban el primer número de la Revista Mexicana de Literatura, fui invitado a dar unas conferencias en San Luis Potosí y en Monterrey. Hice el viaje y me impresionó no solamente el vasto desierto sino también la pobreza de la gente del campo. Ese paisaje desolado me produjo tristeza y desesperación. Era la otra cara de la prosperidad de que estaban tan orgullosos los grupos dirigentes del país. A mi regreso escribí "El cántaro roto", comenzando en el tren, que fue publicado en el primer número de la Revista Mexicana de Literatura. Se provocó un pequeño escándalo porque la prensa conservadora me acusó de haber escrito un poema comunista. Hubo muchas y encendidas polémicas. "El cántaro roto", desde un punto de vista poético, literario, acusa no sólo mi tránsito por el surrealismo sino también por la poesía náhuatl.
 

La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama
             nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros
           como granadas.
[...]
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas,
           invasión de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña
[...]
Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan
            bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese
            gritado: ¿quién vive?
 
Creo que hay una continuidad entre el Sacerdote azteca, el Virrey y el Presidente. Es la continuidad en la dominación. En el arquetipo mexicano del poder político hay dos elementos: por una parte, la imagen religiosa y abstracta del sacerdote azteca; por la otra, la imagen del Caudillo. Esto último es una noción hispanoárabe viva en el inconsciente de los pueblos latinoamericanos y en España. El Caudillo rige la historia de los pueblos hispánicos, pero en México oscilamos entre éste y el Tlatoani azteca.
 
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la
           Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de
            la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?
En "El cántaro roto", el pasado de México aparece como un presente permanente: a veces es el sacerdote azteca, otras es el obispo católico o el inquisidor, el caudillo de la Independencia, el general revolucionario o el banquero, y siempre es el mismo personaje: el cacique gordo de Cempoala -el aliado de Cortés.
 
 
Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre,
             mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo,
            apoyado en la cruz: arma y bastón
en traje de batalla, el esculpido rostro de sílex aspirando
            como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado
de su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?
 
Casi al mismo tiempo en que me abandonaba al fluir del murmullo interior -aunque con los ojos abiertos-, empecé a leer a los poetas japoneses y después a los chinos. Fue un recurso inconciente para oponer un dique al desbordamiento surrealista.
Máscara de Tláloc grabada en cuarzo transparente

Aguas petrificadas.
El viejo Tláloc duerme, dentro,
soñando temporales.
 

             Lo mismo

Tocado por la luz
el cuarzo ya es cascada.
Sobre sus aguas flota, niño, el dios.

Me cautivó la economía de la formas: mínimas y precisas construcciones hechas de unas pocas sílabas capaces de contener un universo.
              Xochipilli

En el árbol del día
cuelgan frutos de jade,
fuego y sangre en la noche.
 

              Niño y trompo

Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.
 

Mi pasión por la poesía china y japonesa es anterior a mi primer viaje a Oriente. Comenzó a fines de 1945, en Nueva York. Mi estancia en esa ciudad coincidió con la muerte de Tablada, que desde hacía años se había instalado en Nueva York. Fui a la biblioteca de Nueva York, pedí sus libros y volví a leerlo. El ejemplo de Tablada me llevó a explorar por mi cuenta la literatura japonesa y, después, la china. Mi primer viaje a Oriente me hizo profundizar y ampliar mis lecturas de poesía china y japonesa. Leí muchísimas traducciones de poesía japonesa y china y entre ellas recuerdo siempre con placer a las de Arthur Waley. Es uno de mis santos patrones. A mi regreso a México, animado por Donald Keene -otro de mis guías- me atreví a traducir, con la ayuda de Eikichi Hayashiya, el Haibum de Basho: Oku no Homosichi (Sendas de Oku). Fue la primera traducción de ese clásico japonés a una lengua de Occidente. No tuvo ni una solo nota crítica y los mil ejemplares de la edición tardaron en venderse diez años.
 
A caballo en el campo,
y de pronto, detente:
¡el ruiseñor!

Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.

 

Fin de ciclo

Piedra de sol (1957) es el último poema de La estación violenta y con él se cierra este periodo que comenzó en 1935. Está escrito en endecasílabos y recoge mis experiencias con la poesía española e hispanoamericana, desde el siglo XVl hasta nuestros días, mi experiencia del surrealismo, mi experiencia de la política y la historia del siglo XX, tal como las viví, las padecí y las pensé. Por último, recoge ciertas preocupaciones que no sé si sean de orden filosófico o religioso, pero son vitales, humanas. Son preguntas que se hacen los hombres en el siglo XX y que, quizás, se han hecho en todos los siglos.
 
                   -¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
                 ¿cuándo somos de veras lo que somos?
 
El poema está impregnado de la visión mítica del tiempo, una visión circular; pero también de la visión lineal y sucesiva de la historia. La ley del mito es la repetición cíclica: lo que sucedió una vez volverá a suceder. La historia, invención del Occidente judeocristianismo, es tiempo irreversible: lo que pasó una vez no volverá a pasar. La historia es el único mito del Occidente moderno, como el mito es la única historia que conoció la India antigua. El sujeto de la historia no es el hombre concreto, real, Juan, Pedro, tú, yo, nosotros, sino un ente que llaman la Humanidad. El sujeto de los mitos tampoco es el hombre, porque los dioses juegan con los hombres como los niños con sus trompos y sus canicas. La historia y el mito son gigantescos solipsismos en los que la historia se dice a sí misma y el mito se cuenta a sí mismo. ¿Pero dónde está la realidad real? ¿Cómo salir de la historia y de su tiempo asesino? ¿Cómo salir del mito y de su tiempo fantasmal? Quizá hay dos vías de salida, dos vías que en algún momento se unen: el amor y la contemplación. Piedra de sol fue una tentativa por expresar las experiencias de una generación marcada por el hitlerismo y el stalinismo, la segunda guerra mundial, la bomba atómica y la guerra fría.
 

...Madrid, 1937,
En la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes escupidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso...
 
Empecé a escribir este poema a principios de 1956. No tenía plan, no sabía lo que quería escribir. Piedra de sol se inició como un automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si, literalmente, alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente, y que la sintaxis, y aún la lógica, eran relativamente normales. El poema es lento al principio:
 
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
De pronto sobrevino una interrupción: había escrito unos treinta versos y no pude seguir. Salí al extranjero por dos semanas -trabajaba en aquellos años en Relaciones Exteriores- y a mi regreso, al releer lo escrito, sentí la necesidad de continuar el texto. Volví a escribir con una extraña facilidad. Pero en esa ocasión intenté utilizar la corriente verbal y orientarla un poco. Poco a poco el poema se fue haciendo, me fui dando cuenta de hacia dónde iba el texto. Fue un caso de colaboración entre lo que llamamos el inconsciente, y que para mí es la verdadera inspiración, y la conciencia crítica y racional. A veces triunfaba la segunda, a veces la inspiración.

Otra potencia que intervino en la redacción de este poema: la memoria. Esta palabra quizá no es sino otro nombre de la inspiración. Para mí, a diferencia de los surrealistas, la memoria es el origen de la poesía. Por ser obra de la memoria, Piedra de sol es una larga frase circular. El poema acaba donde comienza. Tiene 584 versos. Me asombró la analogía con el tiempo circular precolombino. Tiene 584 líneas porque el tiempo que tarda el planeta Venus -Quetzalcóatl para los antiguos mexicanos- en hacer la conjunción con el sol, es también de 584 días. El planeta Venus aparece como estrella de la mañana y como estrella de la tarde y esa dualidad ha impresionado a todos los hombres de todas las civilizaciones. El poema está fundado en esta dualidad, en esta ambigüedad.
 

                        ...vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte...
 
ll PARÍS: 1959-1961
 

Amistades

En 1959 volví a París. A poco de mi llegada murió ese gran amigo mío que conocí en la época de la segunda guerra mundial, en México, Benjamin Péret. Fue un amigo ejemplar, un revolucionario incorruptible y un poeta admirable. Continué mi amistad con André Breton. En muchas ocasiones escribo como si sostuviese un diálogo silencioso con Breton: réplica, respuesta, coincidencia, divergencia, homenaje, todo junto. No olvidaré nunca, entre todas nuestras conversaciones, una que sostuvimos en el verano de 1964, un poco antes de que yo regresase a la India. No la recuerdo por ser la última sino por la atmósfera que la rodeó. No es el momento de relatar ese episodio. (Algún día, me lo he prometido, lo contaré.) Para mí fue un encuentro, en el sentido que daba Breton a esta palabra: predestinación y, asimismo, elección.
 

En la hoja en que escribo
Van y vienen los seres que veo.
Aquella noche, caminando solos los dos por el barrio de Les Halles, la conversación se desvió hacia un tema que le preocupaba: el porvenir del movimiento surrealista. Recuerdo que le dije, más o menos, que para mí el surrealismo era la enfermedad sagrada de nuestro mundo: negación necesaria de Occidente, viviría tanto como viviese la civilización moderna, independientemente de los sistemas políticos y de las ideologías que predominen en el futuro. Mi exaltación lo impresionó, pero repuso: la negación vive en función de la afirmación y ésta de aquélla; dudo mucho que el mundo que empieza ahora pueda definirse como afirmación o negación: entramos en una zona neutra y la rebelión surrealista deberá expresarse en formas que no sean ni la negación ni la afirmación. Estamos más allá de reprobación o aprobación...
        
            Noche en claro
                       A los poetas André Breton y Benjamin Péret

A las diez de la noche en el Café de Inglaterra
Salvo nosotros tres
                             No había nadie
Se oía afuera el paso húmedo del otoño
Pasos de ciego gigante
Pasos de bosque llegando a la ciudad
Con mil brazos con mil pies de niebla
Cara de humo hombre sin cara
El otoño marchaba hacia el centro de París
Con seguros pasos de ciego
Algo se prepara
                            Dijo uno de nosotros
 

También, gracias a un viejo amigo, uno de los fundadores de Dadá en París, conocía a Georges Bataille. Nos hicimos amigos y yo pensaba traerlo a México para que diera unas conferencias, pero se enfermó y su muerte impidió la realización de esta idea. Hay algo que pocos saben: Bataille estaba muy interesado en México. El primer ensayo que publicó es justamente sobre la función, digamos simbólica, de los sacrificios humanos en el mundo azteca. Otro escritor al que vi con frecuencia durante esta segunda estancia en París fue el escritor rumano Cioran, un escritor que une la perfección a la lucidez. De él pude disfrutar la sensación a la vez mística y metafísica, el vértigo cristalino, el vértigo de la transparencia. Otro amigo, muy distinto a los amigos surrealistas, aunque él en una época lo fue, Yves Bonnefoy. Nos unió nuestra común tentativa, aunque cada uno por vías muy distintas, no tanto por ir más allá del surrealismo, sino más bien por regresar a la poesía como una fuente original, una fuente de principio de la palabra, es decir, concebimos a la poesía no como una conquista del futuro, como una búsqueda de la soledad, sino como una vuelta a la autenticidad.
 
Desandar el camino,
volver a la primera letra
En dirección inversa
Al sol,
            Hacia la piedra:
Simiente,
                Gota de energía,
Joya verde
Entre los pechos negros de la diosa.
 
lll. LA INDIA: 1962-1964
 

Aprendizajes

En 1962 dejé París por Delhi. No era mi primera visita al Oriente. Entre 1951 y 1952, también trabajando para la Secretaría de Relaciones Exteriores, había vivido cerca de un año, primero en la India y después en el Japón. Desde esa época me habían interesado profundamente las civilizaciones de la India y la de China, Japón y Korea. Sin propósito de erudicción, pero movido por algo más que la curiosidad intelectual o estética, había leído ya algunos de los grandes libros filosóficos y poéticos de India, China y Japón. La verdad es que me sentía más cerca de la poesía y la prosa de China y Japón que de la gran literatura sánscrita de la India. En cambio, el pensamiento indio me fascinaba y todavía me fascina: grandiosa unión, rigor lógico, delirio especulativo y fabulación mítica. Los seis años en la India fueron un continuo descubrimiento. Los paisajes y las gentes en sus paisajes, mejor dicho, las gentes como si fuesen paisajes, pero no paisajes físicos sino históricos y cíclicos. Paisajes humanos que no eran como lugares de intersección entre lo que llaman los antropólogos la naturaleza y la cultura.

            Aparición

Si el hombre es polvo
Esos que andan por el llano
            Son hombres
 

            Pueblo

Las piedras son tiempo
                                   El viento
Siglos de viento
                        Los árboles son tiempo
Las gentes son piedra
                                    El viento
Vuelve sobre sí mismo y se entierra
En el día de piedra

No hay agua pero brillan los ojos

El sistema social indio posee la geometría de una construcción racional y la persistencia de un paisaje natural. Por eso tal vez ha resistido durante milenios a la erosión de la historia. El mismo entrelazamiento se advierte en la arquitectura, que es más bien una escultura monumental cuya riqueza evoca más que nada la proliferación vegetal y animal de la naturaleza. Pero esta arquitectura-escultura da la impresión también de ser un producto fantástico, una construcción de la fantasía. En la India, una vez más, se conjugan naturaleza y cultura. Por ejemplo, los dos grandes extremos de su vida espiritual y religiosa, el ascetismo y la sensualidad, no son dos polos opuestos como entre nosotros, sino dos notas musicales que se unen y separan y vuelven a unirse: encarnación y desencarnación. Lo mismo en el hinduismo que en el budismo encontramos, a veces simultáneamente, el doble y contradictorio movimiento hacia la encarnación y hacia la desencarnación.
 
                          No y sí
Juntos
             Dos sílabas enamoradas
Algunos ven en la India no sé que fuente misteriosa de sabiduría espiritual, una sabiduría hecha de los lugares comunes de un orientalismo trasnochado; otros ven en ella la imagen misma del horror, la miseria, el subdesarrollo... Ambas ideas son falsas. Porque no se puede hablar de la India a la ligera. Recordemos nuevamente que esa gran civilización nos ha dado al Buda y a Gandhi. No hay nada que me irrite más que todos esos periodistas, técnicos y expertos que, apenas desembarcados en Bombay, empiezan a dar consejos a los indios. Yo no dudo de sus buenos sentimientos cristianos, de sus buenos sentimientos capitalistas o de sus buenos sentimientos marxistas-leninistas. Tampoco dudo de su ignorancia. No son menos etnocéntricos que los imperialistas del XVlll y del XlX.
 

Las lecciones del jardín

Viajé mucho por la India, por Ceilán, por Afganistán. Viajé también hacia adentro de mí mismo.
 

Una casa, un jardín,
                                 No son lugares:
Giran, van y vienen.
[...]
No hay más jardines que los que llevamos dentro.
 
Tuve encuentros con paisajes, monumentos, gente y, sobre todo, con una muchacha.
 
Me crucé con una muchacha.
                                                           El pacto
Del sol del verano y el sol de otoño: sus ojos.
Partidaria de acróbatas, astrónomos, camelleros.
Yo de fareros, lógicos, sadúes.
Nuestros cuerpos se hablaron, se juntaron y se fueron.
Nosotros nos fuimos con ellos.
 
Este encuentro cambió mi vida, porque aquella muchacha no tardó en convertirse en mi mujer (Marie-José). Después de nacer, es lo más importante que me ha pasado.
 
 
                                  Una muchacha real
Entre las casas y las gentes espectrales
Presencia chorro de evidencias
Yo vi a través de mis actos irreales
La tomé de la mano
                          Juntos atravesamos
Los cuatro espacios los tres tiempos
Pueblos errantes de reflejos
Y volvimos al día del comienzo
El presente es perpetuo
 
En la India, en 1964, nos casamos debajo de un gran árbol, un nim muy frondoso. Los testigos fueron muchos mirlos, varias ardillas y tres amigos.
 
Chuang Tseu le pidió al cielo sus luminarias,
Sus címbalos al viento,
                               Para sus funerales.
Nosotros le pedimos al nim que nos casara.
El árbol estaba lleno de ardillas y arriba, en las ramas más altas, a veces se posaban aguiluchos y también muchos cuervos. Cerca de nuestra casa había unos mausoleos musulmanes. Cada mañana veíamos bandadas de pericos que venían desde un extremo de la ciudad a las tumbas; al atardecer, volvíamos a ver las mismas bandadas volando sobre nuestra casa.
 
En los jardines de los Lodi

En el azúl unánime
Los domos de los mausoleos
-Negros, reconcentrados, pensativos-
Emitieron de pronto
                               Pájaros

Una mañana estábamos desayunando en el jardín y de pronto sentimos que descendía sobre nosotros en línea recta una sombra negra que chocó contra la mesa y desapareció. Era un gavilán ladrón de comida. En los atardeceres el cielo del jardín se cubría de unos pájaros que volaban pesadamente en círculos. Descubrí que no eran pájaros sino murciélagos. No, no son animales repulsivos... En las tardes de invierno el jardín aquel se iluminaba con una luz pareja, más allá del tiempo. Una luz, diría, imparcial, reflexiva. Recuerdo que le decía a Marie-Jo: "Será difícil que olvidemos las lecciones metafísicas de este jardín". Ahora lo diría de otro modo. ¿Por qué metafísicas? "Será difícil que olvidemos las lecciones de aquel jardín". Lecciones de una amistad, una fraternidad con las plantas y los animales. Todos somos parte de lo mismo.
 
                                                               En la fraternidad de los árboles
                     aprendí a reconciliarme,
                                                         No conmigo:
                     Con lo que me levanta y me sostiene y me deja caer.
 
Para los occidentales la naturaleza es una realidad que hay que dominar y usar. Esta creencia es la base, el fundamento de nuestra ciencia y de nuestra tecnología. Para los indios la naturaleza es todavía una madre que puede ser benévola o terrible. Además, no hay fronteras claras entre el mundo animal y el humano. Esta actitud puede llegar a extremos inconcebibles para nosotros. Dos de los problemas más graves de la India son el exceso de población humana y el de población vacuna. Pues yo leí en un diario de Delhi un editorial muy serio en el que se proponía -esto pasaba antes de la pildora del loop- la instalación de una fábrica destinada a producir por millones dos tipos de diafragmas uterinos, uno para las mujeres y otro para las vacas.

La India nos enseñó, a Marie-Jo y a mí, la existencia de una civilización distinta a la nuestra. Y aprendimos no sólo a respetarla sino a amarla. Aprendimos sobre todo a callarnos.
 

Inocencia y no ciencia:
Para hablar aprendí a callar.
 

En tránsito

El jardín se ha quedado atrás.
                                                ¿Atrás o adelante?
No hay más jardines que los que llevamos dentro.
¿Qué nos espera en la otra orilla?
                                                    Pasión es tránsito:
La otra orilla es aquí,
                                 Luz en el aire sin orillas:
Prajnaparamita,
                        Nuestra Señora de la Otra Orilla,
Tú misma,
                La muchacha del cuento,
                                                       La alumna del jardín.
 

Lo que nos propone el budismo es el fin de las relaciones, la abolición de las dialécticas -un silencio que no es la disolución sino la resolución del lenguaje.
 
Un jardín no es un lugar:
                                     Es un tránsito,
Una pasión:
                       No sabemos hacia donde vamos,
Transcurrir es suficiente,
                                               Transcurrir es quedarse.
 
 
 Anthony Stanton
 (Selección y montaje de textos)
Primera edición: periódico Reforma, 10 de abril de 1994,  pp. 12D y 13D
 
 
 
(1944-1954)  (1964-1974) 


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